jueves, 28 de octubre de 2010

En la villa de San  Carlos a vela y kerosén (Blanca E. Ferraro)

Pan y cebolla

Allá por el año 1908, una compañía minima, actúo en el escenario de la Sociedad Unión.
Presento un divertido sainete en el cual el españolismo “contigo pan y cebolla”, tan usado en los juramentos amorosos, se había convertido en “contigo aceite y chocolate”.
Al día siguiente de su boda, la joven pareja, hacia arqueo de caja componiendo al mismo tiempo la lista de lo necesario para el almuerzo.
Después de muchos cálculos y elecciones, graciosamente llegaron a la conclusión de que solo podían adquirir aceite y chocolate.
Pero, olvidaron la cebolla tan útil, tan importante y tan ajetreada en el lenguaje amoroso…
Es la cebolla, bulbo comestible cuyo poder alimenticio se pone de relieve en lo que a continuación voy a referir.
A la vera de la hoy Av. Alvariza, funcionaron en la segunda mitad del siglo XIX, varios hornos de ladrillo. De ellos quedaron por mucho tiempo señales bien definidas a las cuales se les denominaban “estanques”. Reino de oquedades donde las ranas entonaban su canto monocorde anunciando o pidiendo agua.
En esos hornos a la hora del almuerzo, daba gusto ver la mesa rodeada por los obreros paladeando el bien servido plato. Delante de cada uno estaban un pan criollo, grandote, de mucha miga y que costaba dos vintenes cada uno (cuatro centésimos).
¡con un peso se adquirían 25 panes!
La cocinera o su ayudante, cuando la comida estaba pronta, tocaba la campana, señal de suspender la faena.
Debo advertir que se trabajaba de sol a sol.
No se conocían las huelgas ni las quejas. Felices transcurrirán las jornadas pues se tenían seguras la comida y la paga.
En cierta ocasión llego a la villa un matrimonio español. Les acompañaba su hijo joven y ansioso de trabajar. Tuvo la suerte de conseguir empleo en uno de esos hornos. En su primer día de trabajo desapareció al primer toque de campana regresando cuando sonó otra vez pues indicaba reanudación de tarea. Alguien le pregunto porque no había ido a la mesa en donde se encontraba su plato servido. Contesto que ignoraba le dieran el almuerzo. Así que había pasado su rato en los estanques comiendo la cebolla y la hogaza dada por su previsora madre.
Una cebolla y un pan grande, ¡cuanta fuerza proporcionaron para realizar sin fatiga, la segunda parte de la jornada!

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